Abriendo caminos. No nos detenemos, por Luz Modroño


Con enorme pesar y una inmensa rabia que enturbia la mirada, pero nunca la razón, nos despedimos de Egipto. La guerra contra la barbarie y el mal lleva años fraguándose y es un camino largo, difícil, tortuoso. Hemos ganado la batalla de la honestidad y la fraternidad, hemos conseguido que, por primera vez en la historia de la humanidad, los pueblos de todos los rincones del mundo se unan en un objetivo común: parar una guerra genocida, un asesinato de miles de personas inocentes, desarmadas, cuyo único delito es haber nacido en un lugar equivocado, en querer vivir y morir en la tierra que siempre fue suya, en la que están enterrados sus ancestros y de la que, desde hace muchos muchos años (la primera oleada de judíos a Palestina data de 1881) pretenden expulsarles fuerzas extranjeras.

Desde la partida éramos conscientes de la dificultad de alcanzar nuestros objetivos, sabíamos que llegar a la meta -Rafah- era difícil, poco menos que imposible, que detendrían nuestra marcha. La legalidad internacional, el derecho, reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, de movilidad y protección, están siendo vulnerados. Hoy mismo hemos sabido que un compañero ha estado detenido cincuenta y cinco horas sin haber sido notificado a la embajada española. Igualmente, en estos días, turistas inocentes, ajenos a la Marcha, han sido deportados.

No pensábamos que el pueblo hermano del que está siendo masacrado nos impediría siquiera entrar en su territorio o movernos por él. Los gobernantes egipcios han mostrado de qué lado están, a quién sirven. Ya no hay caretas que oculten de quién son amigos.

Nos vamos.  La persecución de las autoridades egipcias a una Marcha de paz no es del agrado de los amigos de la guerra, la usurpación y el latrocinio. Porque conviene tener siempre bien presente que Palestina es de los palestinos, que los extranjeros, los ajenos, son los que llevan tanto tiempo queriéndoles echar de sus casas, de sus tierras, de sus raíces. Que, prácticamente desde que entraron por primera vez, el objetivo de los judíos, un pueblo históricamente errante en busca de una tierra que nunca tuvieron, estuvo muy claro: apoderarse de esa tierra y plantarse en algún lugar, aunque fuera a costa de expulsar a sus auténticos y únicos dueños. Fue Palestina. Pero podía haber sido cualquier otro lugar. Podría haber sido nuestra casa. Podríamos ser hoy nosotros y nosotras, nuestros hijos, nuestros nietos o nuestros padres y madres los masacrados, los expulsados.

Nos vamos. Con el corazón encogido una vez más, reprimiendo las lágrimas de rabia e indignación que desde hace tanto tiempo afloran a nuestros ojos, pero nos vamos con el coraje fortalecido, con el convencimiento aún mayor de que este horror ha de parar, de que el pueblo palestino es nuestro pueblo hermano, y a un hermano no se le abandona nunca.

Nos vamos. Gritando una vez más a las autoridades de todos los países del mundo: Parad esta guerra, detened esta matanza antes de que sea demasiado tarde. Sed valientes, sed humanos, en vuestras manos está reaccionar con fuerza y contundencia. Detened como criminal de guerra al causante de tanto horror. Dejad de vender armas a ese criminal, dejad de ser cómplices. No es tiempo de templanzas, de discursos o de buenas intenciones. No queda tiempo. Un pueblo agoniza, quizás esté en sus últimos estertores. Hoy es más urgente que nunca la acción rápida y contundente. Sin excusas, antes de que sea demasiado tarde.

Nos vamos. Sabiendo que nosotros no vamos a desfallecer, no nos rendimos. Continuaremos luchando porque hemos convertido nuestra lucha por la justicia, la fraternidad y la libertad en nuestra razón de ser. Porque sabemos que un mundo mejor, más habitable, más justo e igualitario es posible. Y es tan necesario como imprescindible.

Nos vamos. Pero solo nos vamos de Egipto, convertido en un país que expulsa de sus fronteras a las portadoras de Paz. Seguiremos caminando. Y nuestra marcha seguirá creciendo hasta hacerse imparable. La Marcha Global ha tenido una resonancia como nunca antes había tenido ninguna otra acción. Basta ver el mapa del mundo cubierto de esas pequeñas manchitas de gente caminando que son el logo de nuestra enseña. Seguiremos caminando. Otros caminos recibirán nuestras huellas y otras manos recogerán nuestras antorchas. Ciudadanos y ciudadanas de cincuenta y cuatro Estados recorremos ya parte un mismo camino y hablamos con una sola voz.

Seguimos en marcha.