No parece que Sánchez vaya a dimitir salvo que se lo hayan requerido desde el teléfono rojo, que precisamente no es el teléfono de Lenin, sino el de los contrarios.
Por eso, la carta de nuestro presidente suena más a amarre de amor con sus electores y base ante las exigencias del Imperio, las actuales y las por venir, que él ya conocerá. Y un amarre no es un amor natural, que nace solo, o por comportamiento satisfactorio: es una trampa. Y las trampas se hacen cuando prevalece el “yo” y no el “todos” y el “vosotros”. Y algo le traiciona el inconsciente en eso cuando nos habla de un amor privado y no del que nos debe tener a los representados.
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