
MADRID.- La victoria de Franco en la Guerra Civil significó la victoria de la España eterna. La inmortal. Esa España que nace con los Reyes Católicos para convertirse en el Imperio en el que nunca se pone el Sol. El liberalismo y la democracia, cánceres que habían hecho enfermar a la patria según el Catequismo Patriótico, ya habían sido extirpados a sangre y fuego. Con la victoria en la mano, los delirios de grandeza de la nueva España franquista debían plasmarse también en las ciudades, en los edificios, en las calles y, sobre todo, en Madrid, alma de la España inmortal que había sido secuestrada por la Anti-España, esa amalgama de rojos en diferentes tonalidades que habían conseguido resistir contra las bombas franquistas durante casi tres años. Seguir leyendo La huella del fascismo patrio en la arquitectura de Madrid