
Desde que nací en 1960 hasta que cumplí quince años, ni un sólo día dejé de oír esa palabra maldita, su excelencia por aquí, su excelencia por allá, en los telediarios, en los partes radiofónicos, en los periódicos, en las fiestas, en las misas, su excelencia era como dios, salía en las monedas por su gracia y estaba en todas partes, presidía ayuntamientos, diputaciones, cofradías, equipos de fútbol, salones de lenocinio, bodas y bautizos, regatas, corridas de toros, un fenómeno, un colmado de maldades, felonías y mediocridades a quien todos llamaban su excelencia, todos menos unos cuantos, entre los que estaba mi padre, que se referían a él por su verdadero nombre: Su excremencia. Es por ello, Sr. Pedro Duque, que me cago en su excelencia, con toda rotundidad, con todo alborozo, con total satisfacción. Seguir leyendo Sr. Pedro Duque, me cago en su excelencia, por Pedro Luis Angosto