La semana pasada hice uno de esos descubrimientos que te abren un mundo. Pasé con la bici por delante del Hogar Extremeño de Barcelona y, pese a que no había ninguna actividad programada para ese día, me paré para tomar una cerveza rápida. Por las tardes el modesto pero elegante bar del centro está lleno de grupos de extremeños ya muy entrados en canas, que beben, comen, hablan a menudo de su tierra y, de vez en cuando, organizan alguna actividad. No encontré a nadie conocido, así que me pedí una caña y me puse a curiosear. En ese momento fue cuando me fijé en una pared toda cubierta de libros sobre Extremadura. Muchos, auténticas joyas con la tapa gastada y que ya no se venden en librerías. Me acerqué a la mujer encargada de la barra y le pregunté si se podían coger prestados. “Pues no tengo ni idea, eres el primero que pregunta por ellos”, me respondió, sorprendida, pero me dio permiso para llevarme los que quisiera.
Cuenta Moisés Cayetano que cuando en 1977 fue al Hogar Extremeño de Barcelona se encontró con un grupo llamado Voz Castúa, que era visto con recelo por gran parte de los que dirigían el centro. Esta asociación quería que el hogar fuera “un lugar de reunión y aglutinamiento de extremeños” para revisar “críticamente su situación y la de Extremadura”, mientras que los dirigentes no querían que entrara la política, que era lo mismo que convertir el centro en un simple lugar donde calmar la nostalgia, comer migas y bailar unas jotas, en vez de ser un instrumento colectivo con el que construir las posibilidades para la vuelta. Voz Castúa promovía una unión con los emigrados “en otras regiones, potenciando federaciones, por decirlo de alguna forma, combativas”, en palabras de Cayetano. Se organizaban de forma asamblearia y fueron, junto a otros extremeños fuera de Extremadura, claves en la adopción de la bandera extremeña, lo que les costó represalias. Así lo cuenta el observador: “Estaban fomentando por ese tiempo una bandera para Extremadura, que sería el símbolo de su lucha. La ‘verde-blanca-negra’, que exhibieron en la presentación de mi libro (me contaron que al que la desplegó en el acto lo expulsaron del Hogar por eso). Esta bandera, la lucha por su imposición, había de levantar ampollas por todos sitios. Historiadores, o ‘seudos’, derechistas, reaccionarios en general, etc., se opusieron a ella, por no ‘tener ninguna tradición histórica’”.
Politizar la emigración -que no partidizar- era uno de los objetivos. Algo que, tal y como deja claro Cayetano en la memoria del congreso, dio sus frutos: “Gracias y especialmente a este y otros grupos de la emigración, gracias a su intensiva labor del verano, colocándola en fiestas, reuniones, festivales, balcones del Ayuntamiento y edificios oficiales -de donde era retirada de inmediato-, se impuso el uso, fue respetado por otras regiones y nacionalidades”, explica, y el tesón de Voz Castúa y otras muchas asociaciones, dentro y fuera de Extremadura, “arrastró a los demás a su aceptación final”. La politización no sólo se quedó en los símbolos. Los emigrantes extremeños en Euskadi ya estaban preparando un congreso antes de que se acordase a nivel estatal y pedían “un puesto de trabajo digno para los extremeños que quieran volver” y el “establecimiento de verdadera democracia en Extremadura”. También querían hacer desaparecer la “marginación y el menosprecio” con los que se encontraban en los lugares de acogida.
En aquellos años de fin de la dictadura y de construcción de la autonomía extremeña, los grupos de emigrantes organizaron en Navalmoral de la Mata (Cáceres) un festival con el título “Extremadura, tierra rica de hombres pobres”. Es decir, si no volvían, no era porque Extremadura no tuviese recursos para permitirlo, sino porque el modelo es insostenible. En esta época es constante -como lo había sido a principios del siglo XX- la reivindicación de una reforma agraria y de un desarrollo de la agroindustria. Siempre el mismo mensaje: queremos trabajar, y hacerlo en nuestra tierra. El I Congreso de Emigrantes Extremeños, a finales de los 70, trató todos estos problemas. Se pedían bonificaciones fiscales para la mediana y pequeña empresa, leyes sobre cooperativismo… Muchos emigrantes extremeños entendían que era su deber -ya que no podían hacerlo desde dentro- intervenir desde fuera en los “problemas internos de Extremadura”. La tercera provincia no quería quedarse pasiva, y no quería caridad sino un modelo económico que les permitiese volver. “Muchos emigrantes quieren regresar, pero hoy por hoy no se les puede acoger. Al contrario, ofrecemos las más altas cifras de paro del país”, se recogía en la memoria. ¿Nos suena esto de algo? Cualquier parecido con la actualidad no, no es pura coincidencia.
