Que la monarquía heredera del franquismo es un nido de corrupción, sátrapas y golfos cuyo máximo exponente ha sido Juan Carlos I, no lo pone en duda nadie, salvo que se tenga interés en ocultar la verdad.
La abdicación exprés de Juan Carlos I, todo el mundo lo sabe, vino dada por los numerosos escándalos sexuales, de corrupción y otros que el rey vitalicio y su familia protagonizaron (y aun sin esclarecer), dando paso a su hijo para un lavado de cara del descompuesto régimen, a lo que han colaboraron sin miramientos las emergentes corrientes ciudadanistas –sobre todo Podemos haciendo de apagafuegos ante el auge del movimiento republicano y la apatía de la timorata izquierda institucional-.
Tras la abdicación exprés, el Borbón queda como rey vitalicio, capitán general en la reserva e impune de sus desmanes (según la Constitución monárquica: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.”). Había que asegurarle su inviolabilidad. A pesar de de ello no han faltado plumas decentes, y no pocas censuras y boicots, que han sacado los trapos sucios del susodicho[i] en todos los aspectos.
La imbricación del monarca con estados dictatoriales dónde existe la esclavitud; la mayor parte de las libertades fundamentales están prohibidas o seriamente restringidas; la homosexualidad condenada habitualmente con la pena de muerte; se financian grupos terroristas como DAESH o ISI; las mujeres no pueden conducir vehículos y no ha existido el derecho al sufragio femenino hasta poco; son sus preferencias de visita: Arabia Saudí, Qatar o los Emiratos Árabes sus favoritos[ii]. Visitas[iii], en las que jugando con los intereses del país, amasó una inmensa fortuna personal en concepto de comisiones, por no hablar de sus devaneos y golferías.
Como sucesor de la dictadura de Franco y defensor a ultranza del lujo y el dinero, no siente empatía hacia los más desfavorecidos. El nulo interés del Borbón por el sufrimiento de esos pueblos árabes siempre se ha puesto de manifiesto en sus visitas a esos monarcas y jeques, rodeados de oropel, fanatismo y prepotencia.
Su hijo, Felipe VI, sigue (con más discreción) los mismos pasos de su casta borbónica, no en sus visitas reales –ahora tiene que andarse con pies de plomo- pero sí en mantener un mutis por el foro en no condenar a estas monarquías por las atrocidades[iv] que comenten contra sus ciudadanos. Y es que, poderoso caballero, es Don Dinero[v].
Así las cosas, ni el rey emérito ni el rey sucesor, han hecho una declaración en contra de sus amigos de Arabia Saudita por que al artista y poeta Ashraf Fayadh, de 35 años, saudí de nacimiento y palestino refugiado en aquel país, haya sido sentenciado a muerte por apostasía y abandono del Islam por un tribunal de Abha, suroeste de Arabia Saudí. La organización Human Rights Watch ha denunciado el juicio: «Es otro ejemplo de la intolerancia del Gobierno saudí con cualquiera que no obedezca sus dictados religiosos, políticos y sociales«.
Ashraf Fayadh lleva tiempo con problemas con el régimen político y judicial de su país de nacimiento aunque como refugiado palestino de origen no dispone del mismo estatus que los saudíes. Ashraf Fayadh es conocido en el mundo del arte contemporáneo árabe, miembro de Edge of Arabia[vi], una organización con sede en Londres y otros países árabes que organiza exposiciones y eventos artísticos entre Europa y el mundo árabe. El artista condenado fue el comisario de una muestra en Jeddah (Arabia Saudí) en colaboración con la Tate Modern de Londres y su director, Chris Decon. Participó también en la última convocatoria de la Bienal de Venecia. Miembros de Edge of Arabia apuntan a que la severa sentencia judicial es la respuesta a un vídeo que grabó Ashraf en el que la policía religiosa saudí golpea a un hombre en público. El artista no tuvo representación judicial en el proceso que lo condenó a la pena capital. Este no es el primer juicio al que se ha encarado Ashraf Fayadh. En mayo del 2014 fue condenado a cuatro años de cárcel y 800 latigazos, acusado de difundir el ateísmo y propagar ideas destructivas en la sociedad. El origen de las acusaciones fue la publicación de un libro de poemas en el 2008.
La reacción del ministerio de Justicia saudita es que demandará a los usuarios de Twitter que comparen la sentencia del presunto apóstata con ejecuciones similares practicadas por Estado Islámico. No hay diferencia entre este fanatismo religioso; solo que uno lo aplica en un marco “legal”, como Arabia Saudita, y otros lo aplican de manera indiscriminada, como los del Estado Islámico. Pese a ello, existen campañas en redes sociales y acciones de organizaciones de derechos humanos en Medio Oriente que piden la liberación del artista.
Mantener relaciones con países que tienen en sus códigos legales leyes tan criminales que permiten matar a una persona por opinar diferente, por la sacrosanta razón de las relaciones diplomáticas y la economía, es hacernos cómplices de sus desmanes.
Ejercer la libertad de expresión y de pensamiento es un ejercicio arriesgado en los citados países… pero también lo es en el nuestro cuándo se habla de la monarquía borbónica[vii].
Notas: