
Como cada año, Oviedo se ha engalanado para la entrega de los Premios Princesa de Asturias. El evento es todo un acto de magnanimidad de la monarquía, que usa a los asturianos y asturianas y su bucólica geografía como escenario para vender campechanía, cercanía y, sobre todo, vampirizar el prestigio de los premiados. Los fastos de estos premios tienen un presupuesto anual de casi siete millones de euros que salen, sobre todo, de dinero público y de donaciones de las empresas oligárquicas españolas, gracias a una ley de mecenazgo que beneficia fiscalmente a las compañías que patrocinan la gran cita anual de legitimación popular de los Borbones.
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