Las piruetas conceptuales de la «izquierda progre» abren un inédito capítulo en la Ciencia Política
El denominado «republicanismo juancarlista» fue una simple filigrana destinada a justificar el apoyo prestado por los partidos que se reclamaban pertenecientes a la izquierda a la monarquía impuesta por Francisco Franco.
Sin embargo, cuando los escándalos y la corruptela de la Casa Real se hicieron públicos, el «juancarlismo» quedó herido de muerte. Había que inventar, pues, un nuevo concepto que justificara las renuncias del pasado y del presente. La «izquierda progre», que comprende ahora tanto al PSOE como a Unidas Podemos, ha puesto en marcha un nuevo y paradójico «constructo»: ¡el republicanismo monárquico!
Hasta ahora, la dirigencia psocialista se había calificado a sí misma como «republicana», pero también como «juancarlista». Se trataba, ciertamente, de una filigrana imposible, pero en este disparatado binomio ideológico, tanto Felipe González como sus sucesores han estado surfeando a lo largo de nada menos que 40 años, sin que los venerables padres de la Ciencia Política se atrevieran a decir ni mu.
Parecía obvio que con esta simbiótica síntesis entre el inefable Juan Carlos I y el republicanismo se estaban corriendo enormes riesgos. Cuando terminaron haciéndose públicos los escándalos, corruptelas y francachelas protagonizadas por quién le daba nombre a aquel «invento» conceptual, éste llegó a convertirse en una ignominia. Y cuando la abdicación real se hizo una inaplazable necesidad para salvar la herencia de Franco, nuestros izquierdistas del PSOE se quedaron, simplemente, con el culo al aire.
Ante la inevitable quiebra del binomio republicano-juancarlista hubo que idear de manera urgente un nuevo concepto político que pudiera sustituir el fallido engendro, sin que la sacrosanta integridad de la institución monárquica pudiera verse afectada.
Según ha escrito estos días el periodista Juan Corellano, la dirigencia del PSOE se ha visto obligada a fabricar aceleradamente un nuevo y artificioso «constructo» que hiciera compatible el historial republicano del partido con el acendrado monarquismo que hoy practican sus dirigentes. Para ello, nada mejor que fundir nuevamente dos conceptos institucionales antagónicos –Monarquía y República-, pero ahora sin establecer ningún lazo de servidumbre con comprometedores apellidos dinásticos. La vieja denominación de «juancarlista» ha sido, pues, fulminantemente sustituida ahora por un novísimo concepto, no menos paradójico que el anterior, que puede hacer historia en los anales de la Ciencia Política mundial: ¡el republicanismo monárquico!
El ya desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba había tratado de explicar las razones teórico-mágicas que justificaban la abracadabrante conjunción de esta manera: «Los socialistas seguimos sin ocultar nuestra preferencia republicana, pero nos seguimos sintiendo compatibles con la monarquía parlamentaria».
No obstante, resulta preciso aclarar, en honor a la autoría del «hallazgo», que la invención de este «ingenio» de la Ciencia política no fue obra solamente del retorcido Rubalcaba, que en gloria esté. El propio ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero había realizado previamente sus pinitos en esta misma línea, aventurándose a ir mucho más lejos que el antiguo exvigilante de las cloacas del Estado: «Tenemos un rey bastante republicano. Para mí un republicano es quien es defensor de las instituciones».
La verdad es que la aportación revolucionaria de Rodríguez Zapatero carece de parangón: «¡republicano es quien defiende las instituciones! «. Así, sin más reflexión, ni matiz. Desde su supina ignorancia sobre la materia, ZP se cargó con una sola frase toda la historia política del siglo XIX y XX. Este preclaro ex presidente, apenas necesitó un ocurrente pis pas para depositar en almoneda la historia de todo el republicanismo europeo y americano, que justamente se había caracterizado, desde sus inicios, por su trayectoria de lucha frontal en contra de las instituciones monárquicas, heredadas del feudalismo medieval.
Tampoco el actual presidente Pedro Sánchez se quedó atrás en las tentativas para reinventar conceptos tan ideológicamente contrapuestos como son el de la Monarquía y la República. Ante la mismísima cadena americana CNN, Sánchez llegó a afirmar sin apenas titubear que: «El actual rey, Felipe VI, representa los valores de la España republicana».
EL «CORONA – VIRUS» SE EXTIENDE
Sin embargo, preciso es decir que esta suerte de «corona-virus» pro borbónico no ha quedado aislado en los límites de la dirigencia del PSOE. La formación Unidas Podemos, pese a sus frecuentísimos alegatos antimonárquicos del recientísmo pasado, ha experimentado también un sorprendente giro copernicano «postmonclovita», en relación con el reconocimiento de la Monarquía borbónica impuesta a los españoles – no hay que olvidarlo – por el dictador Francisco Franco. De referirse a la familia real con el generoso calificativo de «gentuza», como hacía el mismísimo Pablo Iglesias, han pasado a asegurar, – como hizo en días pasados su compañera Irene Montero -, que ovacionar al monarca «forma parte de los valores del republicanismo «. O que «si para subir el SMI hay que aplaudir al rey, lo haremos».
¿Qué diablos puede estar sucediendo en nuestra renovada «casta política» española de principios del siglo XXI? Según me asegura una entrañable amiga mía, la «progresía» ibérica está sufriendo una suerte de «coronavirus borbónicus», cuyos efectos pueden ser políticamente más letales que la de la mismísima pandemia china.
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