Sin memoria, no hay verdadera democracia, por José J. Davia


Si la República no hubiera venido para mudarlo todo, no merecería la pena haberla traído», Luis Jiménez de Asua.

cartel6d2015Hoy 20 de noviembre se cumplen cuarenta años de la muerte del dictador y golpista Francisco Franco y el día 6 de diciembre se cumplirán treinta y siete años de la proclamación de la Constitución monárquica.

En todo este tiempo el país ha sufrido el tránsito de una dictadura nacional católica a una monarquía parlamentaria sin replantearse en ningún momento que esta última es una continuación de la primera debido a la transformación de las Leyes Fundamentales del Movimiento, que sirvieron de salvoconducto al aparato represivo del franquismo, para  transmutarse de la noche a la mañana en el acompañamiento del nuevo régimen político sin investigación alguna, por parte de las nuevas autoridades, de los crímenes y atrocidades cometidos por aquel. Algo absolutamente impensable en los países de nuestro entorno, donde después de la II Guerra Mundial se abrieron procesos judiciales contra el fascismo y el nazismo (Francia, Italia, Alemania, Noruega, son solo algunos ejemplos).

Aquí al contrario, se dicto una Ley de Amnistía que ponía en plano de igualdad a verdugos y represaliados.

El resultado de todo ello fue una democracia de baja intensidad controlada por los mismos aparatos represivos. Significativos y conocidos son los casos de Juan Antonio González Pacheco “Billy El Niño”, Jesús Muñecas Aguilar (golpista del 23-F) o Celso Galván Abascal (escolta de Franco y de la Casa Real). En el plano económico muchas empresas se beneficiaron del trabajo en condiciones de esclavitud de los presos republicanos como las empresas Huarte, Agromán, Dragados y Construcciones, Entrecanales y Tavera, algunas siguen cotizando en el famoso Ibex 35. Por último muchos políticos pasaron a ser acreditados demócratas como muestra un botón, Manuel Fraga Iribarne, Rodolfo Martín Villa o el ex presidente del COI Juan Antonio Samaranch. Para ello se contó con el beneplácito de los partidos de la oposición parlamentaria que se autodenominaban de izquierdas y  los sindicatos que cedieron  y olvidaron a sus propios militantes y compañeros que se encontraban en las cunetas y fosas comunes repartidas por toda España. Además de dejar abandonados a todos los luchadores antifascistas que lograron salvar sus vidas, pero habían sufrido el oprobio y la venganza durante cuarenta años.

A cambio de aquella claudicación y desmemoria se logró una serie de libertades formales que nos permitieron presentarnos ante nuestros vecinos como un Estado “democrático”.

Pero a pesar de todo el maquillaje, de todo el adorno que se puso a tal sumisión, cuando un pasado es tan mezquino y terrible, no es convenientemente cerrado, aparece por todos los lados, rezuma pestilencia por todos los poros del país. Como no puede ser de otra forma cuando los mismos que causaron tanto dolor, tanto sufrimiento a toda una sociedad se arrogan la verdad absoluta, se convierten en los árbitros del sistema y pretenden dar lecciones de democracia a todo el mundo, el caparazón que les recubre por muy duro que sea no resiste y se desmorona cual castillo de arena.

Por todo ello mientras no se haga justicia con mayúsculas, mientras no se restituya todos los derechos de las personas que padecieron persecución por sus ideales democráticos y los causantes de dicho padecimiento y los verdugos que lo ejecutaron no sean condenados, no sean borrados de la memoria colectiva de las generaciones pasadas y venideras, mientras esto no se efectúe no podremos decir que somos un país democrático con todas las de la ley. Podremos ser una caricatura del mismo, pero nunca estaremos al nivel de aquellos que emprendieron el camino para que la justicia fuera la clave y sostén del funcionamiento de un Estado que quiere definirse asimismo como justo y libre.

Pero para ello no podemos permanecer por un segundo más en un sistema que nos niega de forma sistemática y repetitiva todos estos justos derechos, que nos impide derogar los juicios farsa del franquismo, las incautaciones del patrimonio de miles de republicanos, la funesta Ley de Amnistía. Mientras que no emprendamos un proceso de ruptura democrática, por el cual rasguemos las ataduras que nos ligan a un pasado ominoso, condición imprescindible para conducirnos libremente a un régimen republicano, donde la soberanía de forma consecuente resida en el pueblo, donde los derechos fundamentales no sean pisoteados por los poderosos, donde nadie se siente extraño a la hora de formar una identidad común; mientras no emprendamos dicho proceso, decimos, los diferentes pueblos de España no podrán decidir libre y democráticamente su futuro. Mientras no resolvamos estos y otros graves problemas no podremos avanzar por una verdadera senda democrática y esta no  es otra que la forma republicana del Estado, en ese momento podremos decirnos libres.

El pasado no es algo aislado del presente, no vive en espacios distantes, es algo tangible, real, que nos une y nos alienta a continuar en la brecha, a proseguir la ilusión y la esperanza de todos aquellos que la iniciaron un día y  la vieron truncada por los que se llamaban patriotas, pero cuya auténtica nación no era otra que el dinero y el poder. Por todo ello no podemos cortar el relato en un punto determinado a conveniencia de los mismos que causaron tanto dolor. El relato debe entroncar con la verdadera democracia que nos precedió. Por ello no debemos albergar la menor duda que todo ello no cabe nada más que en un sistema republicano. Pues el mismo debe enlazar con las luchas y la justa memoria de todos aquellos que nos precedieron en las mismas. Una vez llegado ese día sí podremos decir que las heridas están cerradas y que la justicia se ha hecho efectiva para todos los hombres y mujeres que sufrieron el látigo de la dictadura. Ya no diremos que es una quimera, sino un acontecimiento real y palpable.