Hay mitos que no resisten el paso del tiempo, mitos construidos con el barro del poder que se derrumban como un edificio sin cimientos.
En la novela de Ramón J. Sender, “Carolux Rex”, se narra la historia de Carlos II el Hehizado y cuando su falta de descendencia precipita el fin de la rama española de los Hasburgo, las grandes familias de la época discuten que casa real imponer en España, que finalmente serían los Borbones. Más de trescientos años después los Borbones siguen en el poder y algunas de esas familias continúan siendo poderosas o privilegiadas.
Los Borbones siempre vuelven, parece ser una de las dicotomías de la historia de España contemplando las sucesivas restauraciones borbónicas. A pesar de todos los desastres, de que el apellido Borbón va unido a la decadencia española, de que las sucesivas testas coronadas han practicado desde la corrupción al crimen de estado, de su unión y defensa de las élites privilegiadas, de un sistema de vida palaciego, de la connivencia con el nazismo y el fascismo, ahí siguen.
La progresiva caída en desgracia del emérito, sus problemas penales y sus prácticas palaciegas y corruptas, no son un hecho meramente individual, sino una marca de la institución y el régimen que lo sustenta. El bloque histórico del poder se ha perpetuado con el apellido Borbón, privilegiando a las élites dominantes.
Si el cuñado se tuvo que comer un marrón para mostrar ejemplaridad, ahora es al patriarca al que le toca hacerse el hara kiri; los regímenes autoritarios suelen perpetuarse en el poder sacrificando algunos elementos, dejar caer una ficha para que no se caiga el tablero. Pues lo que se pone en cuestión va más allá de unos meros delitos, son la muestra de un marco jurídico-político en profunda decadencia e involución.
Aún con los problemas que está teniendo en el tramo final de su vida, Juan Carlos Borbón estará orgulloso, pues ha hecho honor a su apellido: ha borboneado.
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