Adiós a una monarquía desprestigiada


Manifestación obrera en las calles de Valladolid durante la Segunda República./Archivo Municipal
Manifestación obrera en las calles de Valladolid durante la Segunda República. / ARCHIVO MUNICIPAL

El Norte de Castilla interpretó la llegada de la República, en abril de 1931, como un signo evidente del desgaste de Alfonso XIII y aconsejó moderación

Ante el resultado de las elecciones municipales del domingo, el primer comentario que acude a los labios del observador imparcial se puede concretar en estas líneas: los republicanos y socialistas, que fueron vencidos en la revolución, han triunfado en las elecciones». El Norte de Castilla resumía así no ya el desenlace de los comicios municipales de 12 de abril de 1931, sino también el cambio de forma de Estado que estaba a punto de producirse en el país.

Y se felicitaba el periódico de Santiago Alba, que tanto había sufrido durante la dictadura de Primo de Rivera, de que el cambio político se fuera a realizar sin traumas ni violencias: «Esta experiencia elocuentísima aviva la fe en los procedimientos legales y aleja el peligro de toda violencia, no podrá menos de felicitarse el español neutral que trabaja y produce, que tiene derecho a la paz y a la tranquilidad y que preferirá que las transformaciones políticas que hayan de realizarse en España se hagan pacíficamente, sin convulsiones revolucionarias, como es uso y práctica corriente en las grandes y cultas democracias de Europa y América».

Lo cierto es que las elecciones se habían celebrado, aseguraba el periódico, «con una animación y un entusiasmo como no se recuerda desde las épocas en que más enconada era la lucha política en esta ciudad».

Dos millares de personas, calculaba el periodista, habían emitido su voto en unas elecciones que se presentaban reñidas. Apenas se registraron sucesos a destacar, más allá de la reacción de «un beodo que penetró en un colegio en el que no le correspondía votar, y presumiendo el borracho que querían cambiarle la candidatura, sacó una faca y trató de agredir a unos individuos apoderados de candidatos».

De ahí que aquella tarde del 14 de abril de 1931, cientos de personas aguardaran frente a la pizarra de los periódicos la publicación de los resultados oficiales.A las seis y media de la tarde, El Norte de Castilla, cuya sede estaba en la calle Duque de la Victoria, hizo público, a toque de sirena, el triunfo de las candidaturas republicanas en la capital: 26 concejales republicanos frente a 18 monárquicos. Concretamente, dieciséis republicanos, diez socialistas, once liberales, tres conservadores, tres centristas y uno de derecha regional.

Los reunidos prorrumpieron en gritos de «Viva la República», mientras se arremolinaban para iniciar una manifestación espontánea. Ésta arrancó desde la misma sede del periódico en dirección al Ayuntamiento. Al mismo tiempo, los líderes de las principales formaciones republicanas y socialistas, seis personas en total, se reunían con celeridad en la sede del Círculo Republicano, en la calle Leopoldo Cano, y en la Casa del Pueblo, en Fray Luis de León.

Una vez planificada la acción a realizar, y mientras la multitud recorría las calles dando vivas a la República, los principales dirigentes de los comités republicano y socialista se entrevistaban con el gobernador civil, Alfredo Queipo de Llano, y con el capitán general para asegurarles que todo discurriría en orden y sin alteraciones.

Así fue: tanto la manifestación por las calles céntricas como los conatos de entusiasmo frente al Círculo Republicano y la Casa del Pueblo se desenvolvieron de manera pacífica.

Media hora después se izaba la bandera republicana en el edificio de Correos y Telégrafos. A las ocho de la tarde, una manifestación imponente, encabezada por la enseña tricolor, ocupaba la Plaza Mayor. Algunos de los presentes lograron invadir la sala principal del Ayuntamiento con gritos de «Viva la República». El disparo de cohetes anunció a la población la proclamación del nuevo régimen; se iluminó la fachada del Consistorio, sonó la campana de la torre del reloj y se izó la bandera tricolor.

Desde el balcón, el republicano más veterano de la ciudad, Eugenio Sanz Pasalodos, al que acompañaba Alfredo García Conde, arengó a los reunidos recomendando «la más absoluta serenidad, para que sirva de garantía, respeto y honradez al nuevo régimen». La multitud siguió sus directrices y se disolvió de manera ordenada.

Solamente los rumores de que podía ser decretada la Ley Marcial introdujo cierto desasosiego entre los congregados y provocaron otra manifestación, totalmente pacífica, desde la Plaza Mayor hasta Capitanía General, situada frente a la iglesia de San Pablo, al grito de «Viva la República y el Ejército».

A las once y veinte de la noche se celebró una sesión extraordinaria de los concejales elegidos por sufragio universal -treinta y siete en total, pues siete se ausentaron- para constituir el nuevo Ayuntamiento. Presidida la votación secreta por el monárquico Manuel Carnicer, por ser el concejal de mayor edad, la sesión se abrió con calurosos vivas a España y a la República.

Por treinta y seis votos a favor y uno en blanco, los reunidos eligieron como nuevo alcalde al socialista Federico Landrove Moiño. La República se estrenaba en Valladolid con un alcalde del PSOE.

Entre las opiniones políticas más esperadas en ese momento figuraba, sin duda alguna, la del exministro Santiago Alba, propietario de El Norte y hombre de conocida filiación liberal y monárquica, quien sin embargo había sido duramente perseguido por la dictadura tutelada por Alfonso XIII.

En un artículo titulado «Procurar la paz de España», Alba acataba la decisión del pueblo expresada en los comicios y aunque reconocía no haber propugnado la República, descartaba cualquier «solución dinástica intermedia». «Puesto que España así lo quiere, vaya la República, pero sin los estragos de la revolución», era su máxima.

«Los liberales demócratas constitucionales no tenemos más que una ruta a seguir. La trazada soberanamente el domingo por el voto de la nación», reconocía Alba, para quien los afanes políticos de ese momento debían dirigirse, prioritariamente, al mantenimiento de la paz social, «sin otra preocupación que el interés de España».

El Norte de Castilla