El próximo 11 de septiembre los principales medios de comunicación de todo el mundo volverán a conmemorar los atentados que sufrió Estados Unidos el año 2001. Las televisiones mostrarán una vez más las imágenes en las que dos aviones se lanzan contra el World Trade Center y el posterior hundimiento de las dos “torres gemelas”. Los periódicos condenarán una vez más el terrorismo islámico y multitud de editoriales advertirán sobre la necesidad de reforzar la seguridad frente a los enemigos de la libertad. Sin embargo, otro 11 de septiembre quedará en penumbra, apenas se le dedicarán algunos comentarios en esos mismos medios que año tras año recuerdan a las víctimas estadounidenses. Nos referimos al golpe que el ejército chileno perpetró contra el gobierno de Salvador Allende y que instauró una brutal dictadura que asesinó y torturó a miles de personas. Ese golpe no merece tanta atención por el papel directo que tuvo la administración estadounidense. Y es que son muchos los periodistas que no quieren molestar a quien les da de comer. En un hipócrita ejercicio de doble moral, se condena el terrorismo que sufrió Estados Unidos, pero se ignora el terrorismo sistemático que ejerce este país contra los pueblos del mundo.
En 1970, tras vencer limpiamente en las elecciones, llegó a la presidencia de Chile el socialista Salvador Allende, quien encabezaba la candidatura de la Unidad Popular (UP). Su programa electoral proponía la nacionalización de sectores clave de la economía, como la minería del cobre, hasta entonces en manos de empresas estadounidenses, y el proyecto de iniciar una “vía chilena al socialismo” basada en el respeto a las instituciones parlamentarias y el pluripartidismo. Se trataba de construir una sociedad socialista mediante un modelo diferente al emprendido en su momento por la Rusia soviética; un modelo que pretendía utilizar la legalidad burguesa para superarla, sin necesidad de romper, según la concepción leninista, con el aparato del Estado.
La victoria de Allende no solo fue recibida con hostilidad por la burguesía chilena, que temía perder su secular dominio político y económico sobre el país, sino que encendió todas las alarmas en la administración estadounidense. Después de Cuba, el triunfo de la Unidad Popular suponía una segunda brecha en el control que ejercía Estados Unidos sobre el continente latinoamericano, con el peligro de que la experiencia chilena se extendiera a otros países de la zona. El presidente Nixon y la CIA, con el beneplácito de la oligarquía chilena, no estaban dispuestos a que Allende lograra sus objetivos.
Miles de documentos desclasificados a lo largo de los años por la propia administración estadounidense muestran como el gobierno de Nixon organizó un plan de acoso y desestabilización contra Allende, que incluyó medidas económicas, diplomáticas y el uso directo actividades terroristas. Se intentó ahogar la economía chilena mediante una bajada internacional de los precios del cobre y se orquestó una inmensa campaña mediática acusando a Allende de implantar una dictadura comunista en el país. Una campaña en la que colaboraron activamente los medios de comunicación de la oligarquía chilena, en especial el periódico “El Mercurio”, y a la que también contribuyó la prensa española. De forma paralela, grupos fascistas, como “Patria y Libertad”, sembraban el terror a lo largo y ancho de Chile. Una estrategia que ya había sido diseñada por la derecha española en 1936.
Sin embargo, como la popularidad de Allende y de la Unidad Popular eran enormes, a pesar del boicot económico, y parecía tarea imposible desbancar al gobierno a través de unas elecciones, finalmente se optó por el golpe de estado. La dictadura de Pinochet fue la salida por la que apostó la oligarquía chilena y el gobierno de Estados Unidos para acabar con un gobierno que estaba acometiendo cambios estructurales en el orden económico, social y político a favor de las clases populares. Esa dictadura ejerció una implacable represión contra la izquierda para desarticular el poderoso movimiento popular chileno e implantó un modelo económico neoliberal que sumió en la miseria a amplias sectores de la sociedad.
Existe un paralelismo entre los acontecimientos acontecidos en España en 1936 y los de Chile en 1973. En ambos países, el golpe de estado militar cortó una experiencia democrática que daba el protagonismo político a las clases populares; y en los dos casos la intervención extranjera fue determinante en la derrota de la izquierda. Por eso, la izquierda española sintió como algo propio el derrocamiento de Allende y el dolor de los trabajadores chilenos fue también el dolor de los trabajadores españoles.
Cuarenta y dos años después del golpe contra el gobierno legal y legítimo de la Unidad Popular, seguimos recordando con un profundo respeto al compañero Salvador Allende, que fue capaz de sacrificar su vida en defensa de los intereses populares. Pero tampoco debemos olvidar que la denominada vía chilena al socialismo se mostró inviable, y esa es una lección política que no podemos olvidar los comunistas. La burguesía jamás cederá pacíficamente su poder político y económico y solo respetará la democracia parlamentaria si la izquierda acepta mantener el orden económico capitalista. En caso contrario, como viene demostrando la experiencia histórica, las clases dominantes rompen las reglas del juego e implantan formas fascistas de dominación. No hay posibilidad de superar el capitalismo utilizando las instituciones burguesas. Es imprescindible para construir el socialismo destruir el Estado burgués y sustituirlo por un Estado proletario. Y eso se llama dictadura del proletariado.