
Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
En el Congreso fundacional de la Segunda Internacional celebrado en París el año 1889, al que asistió Pablo Iglesias, se tomó la decisión de celebrar el 1º de mayo como una gran manifestación internacional en esa fecha fija para que en todos los países y ciudades los trabajadores reclamasen la reducción de la jornada laboral a las ocho horas. Como una manifestación semejante había sido acordada por la American Federation of Labor para el 1º de mayo de 1890 en el Congreso que se celebró en Sant Louis en diciembre de 1888, se adoptó dicha fecha en el Congreso parisino.
En enero de 1890, los socialistas españoles comenzaron a organizar la jornada. Se convocaron reuniones preparatorias por todo el país en las que se transmitió la idea de que sería una fiesta del trabajo. Esta decisión, al parecer, pretendía tranquilizar a los más recelosos y evitar cualquier connotación violenta del acto. Por su parte, los anarquistas optaron por la vía de la huelga general revolucionaria porque, además, se oponían a la manifestación por su origen político, y por su carácter pacífico. Desde el primer momento, el 1º de mayo se convirtió en un símbolo de las dos maneras de entender el movimiento obrero: la socialista y la anarquista. El desencuentro se agudizaría en los siguientes años.
Los socialistas temían que no hubiera mucha participación en el día señalado, por lo que optaron por convocar la manifestación para el domingo 4 de mayo. Pero los temores por la participación se despejarían porque la clase obrera se movilizó como reacción hacia la prensa y las autoridades. Los periódicos publicaron apocalípticos artículos contra la movilización obrera. El gobernador civil de Madrid recordó en un bando las penas que establecía la ley y el Código Penal, y el alcalde movilizó a sus guardias y policías en lugares estratégicos de la capital.
Los anarquistas protagonizaron sendos mítines el día 1, destacando el celebrado en el Retiro y que continuó con una manifestación hasta el Congreso de los Diputados donde se entregó un escrito con reivindicaciones obreras a su presidente, Alonso Martínez.
La manifestación dominical convocada por los socialistas reunió a miles de trabajadores y se desarrolló después de un mitin. Las reivindicaciones se llevaron a Sagasta, presidente del Consejo de Ministros. Realizada la entrega, la manifestación se disolvió.
Fue en el País Vasco donde la situación se complicó. Los socialistas organizaron una serie de actos en la primera semana del mes de mayo. El día 12, terminada la movilización, la patronal vasca de la minería despidió a los líderes socialistas más destacados. Como respuesta, muchos obreros se pusieron en huelga, que terminó por convertirse en general. Se declaró el estado de guerra y la tensión no comenzó a rebajarse hasta el día 21 de mayo. Los socialistas consiguieron la reducción de la jornada laboral aunque se mantuvieron otras medidas que los trabajadores querían suprimir: las cantinas y los barracones.
En Cataluña el protagonismo fue anarquista con huelga y actos violentos. Barcelona fue declarada en estado de sitio con presencia de tropas y de la Guardia Civil. Muchos patronos cerraron las fábricas. La presencia anarquista en Valencia derivó también en altercados. Eso mismo ocurrió en las zonas de control anarquista en Andalucía, especialmente en Cádiz y en Córdoba.
El balance del primer 1º de mayo español fue ambivalente. Al ser la primera movilización obrera general el éxito fue indudable y, por consiguiente, tanto los patronos como el gobierno comenzaron a ser conscientes que, a partir de entonces, había que tener en cuenta al movimiento obrero. Pero, también es cierto que el balance de lo conseguido fue muy exiguo.
El éxito de la jornada del 1º de mayo provocó que los socialistas decidieran repartirlo al año siguiente y se celebraron consejos por todas las ciudades europeas. Los socialistas españoles tomaron la decisión en Bilbao. Los anarquistas se reafirmaron en su defensa de la huelga general para esa fecha.
El gobierno español, ahora en manos de Cánovas, ante la experiencia vivida, decidió prohibir las manifestaciones públicas, aunque permitió los mítines y reuniones en locales cerrados. Los socialistas optaron por respetar la legalidad y decidieron que la fiesta se limitase al cese del trabajo y la celebración de actos. Eso provocó que el 1º de mayo de 1890 no tuviera nada que ver con el entusiasmo y la movilización del celebrado el año anterior. Destacaron los incidentes en Cádiz y que influyeron en posteriores hechos sangrientos ocurridos en Jerez.
Al año siguiente se decidió que el 1º de mayo sería una manifestación anual internacional. Los socialistas españoles analizaron la situación: los sucesos de Jerez, la posición anarquista y la postura del gobierno, que, independientemente de su signo político, liberal o conservador, siguió siendo contraria a las manifestaciones públicas. En consecuencia, tomaron la decisión de que, a partir de entonces, la jornada debía ser un día de afirmación plena de la lucha obrera pero no de la revolución social. Habría que organizar actos conmemorativos, siempre con ánimo pacífico. Los anarquistas decidieron que, al no poder realizar la revolución ese día, no tenía mucho sentido la jornada. A mediados de la década de los 90 dejaron de tener interés en el 1º de mayo.
La celebración del Primero de Mayo en la España del primer cuarto del siglo XX se desarrolló entre la autorización y la prohibición gubernamentales. A comienzos del siglo fue autorizada por el gobierno pero las autoridades provinciales no siempre fueron favorables a las manifestaciones. El gobernador civil de Madrid no permitió la celebración en el año 1903. Esta cierta descoordinación entre lo dispuesto por el gobierno y algunos gobernadores civiles motivó que el ejecutivo aprobase una disposición en 1906, por la que se pedía a los gobernadores que autorizasen los actos de celebración del Primero de Mayo, siempre y cuando fueran pacíficos. Se permitirían la Fiesta del Trabajo y la tradicional marcha a las autoridades para la entrega de las reivindicaciones obreras.
Esta situación de relativa normalidad se mantuvo hasta 1917. La situación de crisis en los ámbitos político, militar y social de ese crucial año provocó que el gobierno clausurase las Casas del Pueblo, y se desatase la represión. Tenemos que tener en cuenta que en marzo la UGT y la CNT habían firmado un acuerdo por el que suscribían un manifiesto convocando la huelga general. Como bien sabemos, la huelga estallaría en el mes de agosto.
A partir de entonces y hasta la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera se alternaron años en los que se autorizó la celebración con otros de prohibición. El Primero de Mayo de 1919 fue tranquilo en Madrid. La manifestación se desarrolló desde la plaza de Isabel II hasta la plaza de la Independencia, y por la tarde los obreros y sus familias merendaron en la Dehesa de la Villa. Pero al año siguiente hubo incidentes en la manifestación madrileña porque hubo disparos en la calle Arenal, aunque no pasó nada más. En ese año, en las peticiones al gobierno se solicitó el restablecimiento de las garantías constitucionales, una reducción del ejército y que se reconociera al gobierno de la URSS. No pudieron faltar las reivindicaciones obreras: el cumplimiento de la legislación social y el abaratamiento de los precios de los alimentos. La celebración del año 1922 coincidió con un paro de un día. Las peticiones siguieron mezclando lo sindical con lo político, destacando la protesta contra la guerra de Marruecos. En esos años, Largo Caballero desempeñó un gran protagonismo en el Primero de Mayo.
En la Dictadura fueron prohibidas las manifestaciones y la celebración, pero se permitió que los socialistas realizasen actos de tipo cultural en recintos cerrados, como conferencias. También se permitieron las reuniones de ocio y deporte en el campo: en la Dehesa de la Villa y en Puerta de Hierro siguieron desarrollándose. Pero el gobierno siempre desplegó muchas fuerzas para evitar manifestaciones y concentraciones de otro tipo. Eso no fue obstáculo para que se diesen paros, especialmente en el comercio. Primo de Rivera nunca quiso reprimir con dureza a los socialistas, dentro de su estrategia para que colaborasen en el sistema corporativo, frente a la represión sin miramientos que sufrieron los anarquistas.
El Primero de Mayo de 1931 fue extraordinario por dos razones. Se celebró a las pocas semanas de la proclamación de la República y, sobre todo, porque fue la primera celebración como fiesta oficial. Efectivamente, el gobierno provisional, a propuesta del ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero, había establecido el día 1 de Mayo como Fiesta oficial del Trabajo.
La celebración de 1931 fue una manifestación de alegría democrática y socialista en todo el país. En Madrid se puso en marcha pasadas las diez de la mañana. La capital estaba llena de banderas republicanas. En la cabecera de la manifestación iban del brazo el rector de la Universidad de Salamanca, Miguel Unamuno, el ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero, el ministro de Hacienda, Indalecio Prieto y el alcalde de la capital, Pedro Rico. También estuvieron presentes Julián Besteiro y representantes del movimiento obrero occidental y de la OIT. La seguridad corrió a cargo de las milicias socialistas, con una niña vestida de República, es decir, con el gorro frigio y una banda tricolor, mientras que una compañera iba vestida de rojo simbolizando el socialismo. Se cantó la Marsellesa y la Internacional. Se calcula que se manifestaron más de trescientas mil personas.
Cuando la cabecera de la manifestación llegó a Presidencia de Gobierno se encontró en su balcón al presidente Niceto Alcalá-Zamora, rodeado de los ministros Albornoz, Casares Quiroga, Maura y Azaña. Una comisión presidida por Largo Caballero entró en el edificio para entregar las peticiones obreras, como se venía haciendo desde el inicio del Primero de Mayo. El documento es sumamente interesante por las propuestas presentadas: derecho al voto a los 21 años, ratificación y cumplimiento de la jornada de ocho horas, políticas para paliar el paro y contra la carestía de la vida, la construcción de casas baratas, la aprobación de una legislación a favor del cooperativismo, la reforma agraria, la repoblación forestal y una ley sobre el control sindical de las industrias. Se trataba, sin lugar a dudas, de una parte fundamental del programa político, social y económico del socialismo español.
El presidente Alcalá-Zamora se dirigió a los manifestantes resaltando la significación histórica del acto. Aludió al final del antagonismo social, a la superación del conflicto entre las reivindicaciones sociales y el poder público. Se comprometía, en la medida de las posibilidades, a atender al programa y las peticiones obreras. Largo Caballero cerró el discurso para que los manifestantes se disolvieran evitando incidentes que pudieran ser empleados por los enemigos de la República. Las tradicionales fiestas en la Casa de Campo y la Dehesa de la Villa fueron multitudinarias.
Así pues, se siguió conmemorando como Fiesta del Trabajo durante toda la Segunda República. En los años 1932 y 1933 se celebraron manifestaciones multitudinarias. También se produjo una novedad, el intento de los comunistas de organizar manifestaciones propias al margen de las que convocaban los socialistas, pero la policía las dispersó en Madrid. También se dieron las consabidas excursiones y meriendas en la Casa de Campo y la Dehesa de la Villa. Las celebraciones populares en estos dos espacios verdes de la capital terminaron por tener que ser reguladas por el Ayuntamiento madrileño en 1934 por la masiva afluencia: abastecimiento de agua, servicio de recogida de niños extraviados, prohibición de hacer fuego y medidas para impedir destrozos en árboles y plantas.
En la celebración de la Fiesta del Trabajo de 1935 se plantearon algunos problemas. Hubo un mayor despliegue de fuerzas del orden por decisión de Portela Valladares, y se disolvió el intento de algunos grupos de manifestarse en la calle de Alberto Aguilera.
Muy destacada fue la Fiesta del año 1936, meses después del triunfo del Frente Popular. La plaza de Atocha de Madrid se llenó de manifestantes socialistas y comunistas. En la presidencia destacarían Francisco Largo Caballero, Luis Araquistain, Wenceslao Carrillo, pero también dirigentes del PCE como José Díaz, o de las Juventudes Marxistas como Santiago Carrillo. Como era habitual en las manifestaciones del Primero de Mayo se llevó a las autoridades un documento con las peticiones obreras. El propio Manuel Azaña recibió a la comisión y recogió el pliego. En este año abundaron las peticiones de carácter político, relacionadas con la situación política española y mundial, dadas las tensiones en los dos ámbitos. En primer lugar, se pedía que se cumpliese el programa que había planteado el Frente Popular. En segundo lugar, se insistía en la necesidad de resolver el paro obrero mediante la adopción de una política de obras públicas, así como el establecimiento de subsidios de desempleo. En tercer lugar, se solicitaba la semana laboral de 40 horas. Además, se pedía al gobierno que se anulase el crédito que el último gobierno de centro-derecha había establecido para acudir a las Olimpiadas que el nazismo había organizado para ese año en Berlín y que el dinero se destinase al fomento del deporte popular. Recordemos, en este sentido, que en Barcelona se estaban organizando las Olimpiadas Populares, evento que no pudo desarrollarse porque se produjo la sublevación de julio. Se debían depurar las responsabilidades por la represión de la Revolución de Octubre de 1934. Los mutilados y represaliados en dicha Revolución tenían que ser auxiliados. Debían disolverse los grupos armados fascistas y monárquicos, que, como es bien sabido, estaban muy activos en aquella primavera. Se solicitaba una ampliación de amnistía e indulto para los presos comunes. Por fin, había una petición de tipo internacional: el fin de la guerra imperialista y en defensa de la URSS. Fue la última vez que los españoles y españolas se manifestaron en paz el Primero de Mayo.
La celebración del Primero de Mayo fue suprimida por Franco en la zona sublevada a través de un decreto del 12 de abril de 1937. Además, se suprimía el Día de la República, que se celebraba el 14 de abril. El franquismo no podía tolerar estas dos fiestas, una por su contenido social y ser un símbolo fundamental del movimiento obrero y la otra porque celebraba el advenimiento de la República, el régimen que había que aniquilar y borrar de la memoria.
En el propio decreto se avisaba que se establecería una nueva festividad del denominado Trabajo Nacional aunque no se precisaba la fecha. El Fuero del Trabajo, aprobado por un decreto de 9 de marzo de 1938, estableció que la fiesta nacional del 18 de julio sería además la Fiesta de Exaltación del Trabajo. De esa manera se vinculaban dos hechos, el día que el franquismo consideraba como el fundacional de su régimen, de la Nueva España, con el de la Fiesta del Trabajo.
En el territorio controlado por la República se prohibieron las manifestaciones del Trabajo en 1937 y en 1938, aunque las organizaciones obreras celebraron actos y mítines en lugares cerrados, además de publicar manifiestos. Destacó el acto conjunto de la UGT y la CNT en un teatro valenciano. Los actos y manifiestos resaltaban el esfuerzo bélico de la clase trabajadora contra el fascismo, insistiendo en la unidad para hacer frente al enemigo.
Un hecho muy destacado del Primero de Mayo en tiempos de la guerra fue la participación de delegaciones obreras españolas en los actos y manifestaciones que se celebraban en Moscú, que presidía Stalin, ante el Mausoleo de Lenin. En la Fiesta del Trabajo de 1937 asistió una comitiva representando a la República. En la misma participaría José Alcalá Zamora, hijo del que fuera el primer presidente de la República y, a la sazón, teniente del Ejército Popular. De la Fiesta del Trabajo de 1938 en la URSS queda constancia en un informe elaborado por los representantes de la UGT catalana.
En plena guerra civil el franquismo abolió la Fiesta del Primero de Mayo en un decreto del 12 de abril de 1937, en el que también se estipulaba que habría una fiesta dedicada al Trabajo Nacional. En marzo de 1938 se publicó el Fuero del Trabajo, en el que se estableció que cada 18 de julio se celebraría la Fiesta de la Exaltación del Trabajo, uniendo esta celebración con la de la fecha fundacional de la dictadura.
Pero las organizaciones obreras, que siguieron funcionando en la clandestinidad, no se resignaron, y organizaron actos de protesta con motivo de la festividad del trabajo del Primero de Mayo. En el mes de mayo de 1947 la protesta en Vizcaya fue muy destacada contra la carestía de la vida y los bajos salarios. En estos tiempos las movilizaciones eran vertebradas por los sindicatos clásicos, la CNT y la UGT.
La Iglesia Católica intervino en relación con la Fiesta del Trabajo. En 1955, el papa Pío XII decidió apropiarse del Primero de Mayo para darle un contenido religioso. A partir de entonces sería la Fiesta de San José Artesano. Franco incorporó el cambio al año siguiente. En 1956 se celebraron misas por todo el país en honor del que pasaba a ser el santo patrón de los trabajadores.
A partir de 1957 la Organización Sindical Educación y Descanso organizaría todos los años un espectáculo denominado “demostración sindical”. Grupos de trabajadores y trabajadoras realizaban ejercicios gimnásticos y folclóricos ante el dictador en el estadio de Chamartín.
A partir de los años sesenta con la revitalización del movimiento obrero a través de Comisiones Obreras, comenzó a generarse una nueva dinámica en relación con la celebración del Primero de Mayo. El día anterior, es decir, el 30 de abril, se establecía como jornada de lucha con paros cortos, boicots al transporte colectivo de las grandes empresas y minutos de silencio en los comedores de las fábricas. El día 1 se remataba con alguna concentración ante el local del sindicato vertical. La reacción solía ser contundente y hasta se hizo preventiva, ya que se solía detener a los activistas fichados durante las 72 horas previas para hacer fracasar estas acciones.
Fuera de España los exiliados siguieron celebrando el Primero de Mayo, que les permitía denunciar al régimen de Franco. En este sentido, podemos aludir al Primero de Mayo de 1954 en el que el PSOE convocó una gran reunión en Marsella para protestar contra el franquismo. Especial emotiva fue la celebración del Primero de Mayo de 1961 en París, el último acto público que celebró Indalecio Prieto. También fue muy común que los exiliados españoles se incorporasen a las manifestaciones en los países donde residían, portando sus pancartas, especialmente en Francia y México.