Caravana abriendo fronteras y la memoria histórica: los campos de la vergüenza (1ª parte), por Luz Modroño*


Memorial en recuerdo de los internados en el Campo de Gurs. / Wikipedia.
En los estertores de la Guerra Civil, ante el avance de los golpistas sobre Cataluña, casi derrotado el legítimo gobierno de la República y con el desánimo y el miedo a las represalias, más de medio millón de personas entre vascos, catalanes, navarros… decidían coger sus más elementales pertenencias.

Con un simple hatillo sobre el hombro emprenderían el camino del exilio atravesando los Pirineos. Era febrero de 1939. Los Pirineos, a estas alturas del año, están cubiertos de nieve. Las alpargatas que calzan, las precarias ropas de abrigo que cubren sus tan castigados cuerpos y la escasez de alimentos no son lo más adecuados para hacer la travesía. Muchos morirán en el camino. A los que consiguen llegar les espera más hambre, más privación, más confusión, más desesperanza. La enfermedad y la muerte seguirán siendo el pan nuestro de cada día y se sumarán a la amargura de la derrota, la frialdad e incomprensión, el repudio y el rechazo del acogimiento y el sentirse tratados como culpables.

A las puertas de la Segunda Guerra Mundial y de la sumisión a la Alemania nazi, Francia no fue la fraternal democracia amparadora que no había querido ayudar a la República, bajo la excusa del no rompimiento del acuerdo de no intervención que desde los primeros momentos fue roto por los fascistas, dejando el campo libre a italianos y alemanes.

La aplicación de la ley Daladier sobre acogida de refugiados, aprobada el año anterior, fue inexorable. No convenía enemistarse con el que parecía destinado a ser dueño del mundo y mullidor de una guerra abocada a producir millones de muertos y destrucción. El intento de aplacar las ansias belicistas de la Alemania de Hitler y de asegurar, caso de que estallara la Guerra, sus posesiones en el norte de África, exigía el sacrificio del pueblo español. Durante y después de la Guerra. Por si fuera poco, Sarraul, a la sazón, ministro de Interior, se referiría a los españoles republicanos como ”aquellos indeseables“.

En ese escenario, comenzaron a llegar en interminables oleadas. Francia llevó a cabo una política de aislacionismo e internamiento con los hermanos españoles concretada no en la acogida amistosa sino en la construcción de campos de concentración, en los que el hambre, el frío, las enfermedades, la promiscuidad se sumarían al sufrimiento acumulado durante la guerra. La esperanza de salvación se trocaría pronto en humillación. Los exiliados españoles fueron contemplados como un peligro subversivo que había que aislar.

Para los y las republicanas, pronto Francia dejaría de representar la patria de los derechos humanos, de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad que había inspirado su resistencia durante los años de guerra. El gobierno francés olvidaba sus propios principios, aquellos con los que inauguraron la modernidad.

Construidos en las playas y cercados por alambradas y garitas de vigilancia, uno de los primeros campos de internamiento, destinado a acoger inicialmente a los vascos, fue el de Gurs, una pequeña población fronteriza, cuya huella los propios franceses han tratado de ocultar mediante el derrumbamiento de los barracones y la plantación de una arboleda capaz de ocultar las ruinas físicas, la culpa moral y la vergüenza ante aquellos hechos. Pero no es fácil ahogar los gritos de una Memoria que lucha por ver la luz para devolver la dignidad a sus legítimos poseedores. Hoy, algunos carteles informativos dan testimonio de lo que fue junto a un pequeño barracón réplica de los cientos que se levantaron. Estos barracones eran pequeños cubículos de madera en los que entraba el intenso frío del invierno pirenaico y, en verano, el calor propio de un lugar estepario. Queda también un cementerio que guarda los cuerpos de judíos y poco más. En un intento de esconder la vergüenza, terminada la guerra se plantó un bosque que hace difícil encontrar los límites del campo. Unas 28 hectáreas que se extendían en un horizonte inabarcable y alambrado.

Gurs se convirtió en una cárcel por la que pasarían españoles, gitanos, judíos, alemanes… En lo que queda hoy de aquel campo de la vergüenza se concentra Caravana Abriendo Frontera en su recorrido por esta parte de la Memoria Histórica. Luego vendrán Argèles, Rivesaltes y, por fin, la Maternidad de Elna, un oasis de respiro y solidaridad dirigido por una enfermera suiza para que las mujeres tuvieran a sus hijos en las mejores condiciones de salud y dignidad.

Entre 1939 y 1945, en el campo de Gurs llegaron a convivir hasta 20.000 personas a la vez. Al final de la guerra eran 64.000 las que por allí pasaron. A lo largo de estos años, diariamente salían trenes con destino a los campos alemanes. Iban desnudos, pues “ya no volverían”. La ropa se repartirá entre los que quedaban.

Destinado en un principio a encerrar a refugiados y refugiadas vascos, pronto comenzaron a llegar de todas las comunidades, brigadistas, disidentes del régimen de Vichy, alemanes, judíos, prostitutas, extranjeros… en fin, todo el que de una manera u otra quedaba fuera de los principios del nacionalsocialismo. Gurs, ese desconocido del que no se hablaba, fue testigo de un horror que comenzaba con la victoria del franquismo y llegaría hasta los estertores del fascismo europeo.

*Luz Modroño es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.

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