Se cumplen 75 años de la muerte de Miguel Hernández, todo un símbolo de la resistencia antifascista


En la madrugada del 28 de marzo de 1942 moría en la enfermería del penal de Alicante, Miguel Hernández. Abandonado, enfermo y condenado por el franquismo por su declarado apoyo a la República, al poeta del pueblo, como era conocido, no se le trató una neumonía que derivó en tuberculosis. Hoy, 75 años después, hacemos nuestra la frase de Pablo Neruda, Nobel de literatura y gran amigo del poeta alicantino: “Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor”.

La mejor biografía sobre Miguel Hernández (Orihuela, 30.10.1910 – Alicante, 28.03.1942) nos la dejó narrada el propio poeta en sus versos, hondos, amargos, llenos de emoción y belleza. “Llegó con tres heridas:/la del amor/ la de la muerte/ la de la vida./ Con tres heridas viene:/ la de la vida,/ la del amor,/ la de la muerte”.

Hijo de una familia de cabreros, su padre le hizo dejar el colegio a los 14 años, para que atendiera el negocio familiar, llegando incluso a rechazar una beca que le ofrecieron los jesuitas, los primeros en apreciar su talento. Aquellas largas jornadas de pastoreo le sirvieron para empaparse de lecturas, en especial de los clásicos latinos y de los autores del Siglo de Oro español como Cervantes, Calderón, Lope de Vega y sobretodo Góngora, algo totalmente sorprendente para un chico de su edad, al tiempo que escribía sus primeros sonetos (Perito en lunas)

“Desperté de ser niño/Nunca despiertes./ Triste llevo la boca./ Ríete siempre./ Siempre en la cuna,/defendiendo la risa/ pluma por pluma“.

No es de extrañar que pronto se le quedara pequeño su pueblo y decidiera instalarse en Madrid donde logra introducirse en el ambiente literario, en concreto en el círculo de los escritores de la generación del 27, los mismos que en una primera visita no le habían prestado atención por su procedencia humilde, lo que le valió el apodo del “poeta cabrero”. En esta segunda ocasión tuvo mejor suerte y estrechó especial amistad con Vicente Aleixandre y Pablo Neruda.

La guerra del 36 cambió trágicamente su vida y marcó profundamente su obra. El poeta comprometido políticamente se alista como soldado para defender la República tras el Levantamiento militar. Cantó a la libertad: “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo, para la libertad… “. Pero el “poeta del pueblo“, parecía intuir su dramático destino que deja reflejado en sus poemas.

“Aquí estoy para vivir /mientras el alma me suene/, y aquí estoy para morir,/ cuando la hora me llegue,/ en los veneros del pueblo/ desde ahora y desde siempre/. Varios tragos es la vida/ y un solo trago es la muerte”.

El rayo que no cesa, Vientos del pueblo y El Hombre acecha, están llenos de sonetos estremecedores y amargos en los que ensalza al pueblo español, al que anima a seguir luchando frente al zarpazo de los fascismos.

“España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos/ de dolor y de piedra profunda para darme:/ no me separarán de tus altas entrañas,/ madre. // Además de morir por ti, pido una cosa:/ que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,/ vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,/ madre”.

Un referente de la resistencia antifascista

Su vida fue corta pero intensa. El gobierno de la República le nombró Comisario Cultural, cargo que le llevó a participar en actos culturales dentro y fuera de España, el más conocido, su encuentro en Moscú con los dirigentes comunistas de la entonces Unión Soviética.

Convertido en un referente de la resistencia antifascista, el “poeta soldado” tan pronto ayudaba a cavar trincheras, como era requerido por su entereza, por sus firmes convicciones y por su contundente oratoria, para levantar la moral de las tropas. Aquel compromiso le llevó a recorrerse los frentes de Madrid, Jaén o Extremadura.
“Sangre que no se desborda,/ juventud que no se atreve,/ ni es sangre, ni es juventud,/ ni relucen, ni florecen”.

En diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que murió a los diez meses y a quien dedicó el poema Hijo de la luz y de la sombra. A principios de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó la famosa ‘Nanas de la cebolla‘ sobre el hambre atroz que pasaron su hijo y su mujer. “La cebolla es escarcha cerrada y pobre./ Escarcha de tus días y de mis noches”

Terminada la guerra civil, los intelectuales de izquierdas huyen despavoridamente, pero él llega tarde a la desbandada, e intenta cruzar torpemente a Portugal donde es detenido por la policía de Salazar cerca de Huelva y entregado a la dictadura franquista. Fue encarcelado y consigue salir en libertad en septiembre de 1939, gracias a la mediación de sus influyentes amigos. El poeta ingenuo vuelve a su casa y una vez allí, es delatado y nuevamente detenido.

El 18 de enero de 1940 es condenado a la pena de muerte, pena capital que logró que se le conmutara por otra de 30 años, gracias nuevamente a la intervención de sus amigos, en especial Cossío y Neruda. En 1941 tras recorrer numerosas prisiones, “mi turismo carcelario“, ironizaba él para no preocupar a su familia llega ya enfermo al penal de Alicante, de donde ya no saldría vivo.

Solo y gravemente enfermo de una tuberculosis pulmonar aguda que no le llegaron a tratar, el poeta se fue consumiendo entre dolores y hemorragias mientras pedía desesperadamente ser trasladado a un hospital de tuberculosos. Lo plasmó en alguno de sus versos: “¡donde están los poetas!”- se lamentaba-. Pero antes, la dictadura exigía al “poeta rojo” que reconociera al régimen.

En la madrugada 28 de marzo de 1942 , con sólo 31 años, moría el poeta como ya anunciara en sus versos: “Si me muero, que me muera / con la cabeza muy alta. / Muerto y veinte veces muerto, / la boca contra la grama, / tendré apretados los dientes / y decidida la barba./ / Cantando espero a la muerte, /que hay ruiseñores que cantan / encima de los fusiles / y en medio de las batallas.”

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