Nacionalismo y patriotismo en España


Por Carlos Hermida*

El circo de la Eurocopa ha servido una vez más para escenificar una orgía de españolismo que da vergüenza ajena. La bandera con el toro en los balcones, la canción “Que viva España”, del inefable Manolo Escobar, y el grito tribal “soy español, español, español” producen sonrojo y deseos de negar la propia condición de español a los que no compartimos esas muestras de patrioterismo cutre. Es cierto que en todos los estadios de fútbol se ven individuos ataviados de forma estrafalaria animando a sus selecciones nacionales, pero es evidente, por poner un ejemplo, que el nacionalismo francés no está ligado únicamente a fenómenos deportivos y responde a otras motivaciones de más calado, ligadas a la propia cultura, al papel internacional de Francia y a su potencia económica.

Es obvio que el nacionalismo y el patriotismo tienen un componente emocional y sentimental que los convierte en fácilmente manipulables en una dirección reaccionaria, xenófoba y agresiva, y en este sentido nacionalismo y derecha política están estrechamente unidos, pero también se puede estar orgulloso de los logros científicos, literarios y artísticos del propio país desde una perspectiva de izquierdas.

Esta reflexión es especialmente adecuada en el caso español, porque la derecha tiende a monopolizar el sentimiento nacional y acusa sistemáticamente a la izquierda de falta de patriotismo por rechazar los símbolos de identidad nacional, como la bandera y el himno, mientras que en otros países estos elementos identitarios son compartidos por toda la población.

En sus intentos de descalificación, la derecha no duda en manipular y tergiversar a su antojo la historia. Conviene dejar muy claro que los himnos y banderas de la mayoría de países van asociados a hechos claves de su historia, ya sean revoluciones, guerras de independencia o procesos políticos de unidad nacional. Forman parte del nacimiento del Estado-nación, responden a hitos fundacionales sobre los que existe un amplísimo consenso. Es normal que los estadounidenses no cuestionen una bandera que representa la independencia frente al sometimiento colonial británico o que los franceses se unan en torno a un himno y una enseña que representan la revolución que suprimió los privilegios feudales, estableció la igualdad jurídica y dio nacimiento a la Francia moderna. Por el contrario, el himno español es en su origen una marcha militar del siglo XVIII (Marcha de Granaderos) y la bandera roja y gualda fue inicialmente el estandarte que el rey Carlos III ordenó colocar en los barcos de guerra. Son, por tanto, signos asociados a la monarquía absolutista y al Antiguo Régimen. No representan, en modo alguno, símbolos de independencia o de unidad nacional. Además, hay que tener muy en cuenta algunos elementos de la historia de España para entender la posición de la izquierda respecto al nacionalismo español.

La situación revolucionaria creada por la Guerra de la Independencia (1808-1814) y la Constitución de Cádiz (1812) alumbró un patriotismo liberal que aunaba la lucha contra los franceses y la destrucción del Antiguo Régimen. Guerra y revolución se complementaban en muchos de los constitucionalistas de Cádiz. Ahora bien, la restauración del absolutismo por parte de Fernando VII truncó ese proceso entre 1814 y 1833, salvo el breve período del Trienio Liberal (1820-1823).

El hecho de que en nuestro país no se impusiera un nacionalismo de corte liberal y progresista, como ocurrió en Francia, está directamente relacionado con el peculiar desarrollo de la revolución burguesa en España. A diferencia de la revolución francesa de 1789, en España el fin de la monarquía absoluta y de la sociedad estamental fue el resultado de un acuerdo entre la poderosa aristocracia y la burguesía, lo que dio lugar a un bloque social en el que el predominio correspondió a la oligarquía agraria, integrada por la nobleza y capas burguesas que adquirieron bienes eclesiásticos desamortizados. La debilidad de la burguesía industrial originó un sistema económico con predominio de la gran propiedad terrateniente y del capital financiero especulativo. El resultado fue una revolución burguesa que dejó residuos feudales en las zonas de latifundio y una monarquía borbónica que recelaba del liberalismo, rechazaba la soberanía nacional y protegía los intereses de la aristocracia terrateniente. Esas élites políticas y económicas que provenían en su mayoría del Antiguo Régimen  contemplaban la Nación, en cuanto conjunto de ciudadanos iguales ante la ley y con los mismos derechos, como un concepto peligroso y revolucionario.

Difícilmente podían esos grupos dominantes potenciar ideológicamente un nacionalismo popular y liberal. En su lugar edificaron un nacionalismo potencialmente menos peligroso basado en la identificación de España con el catolicismo y con las gestas militares de Carlos I y Felipe II. Es lógico que ese nacionalismo fuera rechazado por todos aquellos que tenían una concepción de España diferente y que apostaban por la transformación económica, social y política del país en clave republicana Tampoco, evidentemente podían apoyarlo las nacionalidades históricas que en diferentes momentos habían visto destruidas sus peculiaridades legislativas y sus libertades, obligándoles a vivir en un Estado fuertemente centralista.  .

Además, faltaron en España dos instrumentos que en otros países fueron fundamentales para la socialización del sentimiento patriótico: la escuela y el ejército. Las clases dominantes españoles vieron en la instrucción pública un peligro para sus intereses y privilegios. A los trabajadores había que mantenerlos en la ignorancia y así se evitarían males mayores. El Estado hizo dejación de sus obligaciones en materia educativa y el resultado fue que en 1900 cerca de un 70% de españoles era analfabeto. Difícilmente se pude adquirir el sentimiento de pertenencia a una patria común cuando te niegan la enseñanza más elemental. En cuanto al Ejército, en buena parte de los países europeos contribuyó a la extensión del sentimiento nacional al constituirse sobre la base del servicio militar obligatorio para todos los ciudadanos, independientemente de su origen social. En España, tampoco cumplió ese papel.

Desde 1875, el Ejército se diseñó como un instrumento para defender el trono y el orden social, en lugar de conformarse como un cuerpo armado para defender la nación frente a un ataque exterior. El ejército gendarme se empleaba para reprimir brutalmente los conflictos sociales protagonizados por la clase obrera y el campesinado. Los sectores populares odiaban a los militares, convertidos en una casta reaccionaria y privilegiada. A esa animadversión colaboraba un sistema de reclutamiento absolutamente injusto. Consistía en sortear cada año el cupo de jóvenes que debía incorporarse a filas; ahora bien, en caso de resultar elegido cabía la posibilidad de librarse pagando una determinada cantidad de dinero (“redención en metálico”). En caso de guerra también funcionaba ese mecanismo clasista. Y de esta manera tan patriótica los retoños de la burguesía alardeaban de españolismo en los casinos, mientras los hijos de los trabajadores morían en Cuba defendiendo los intereses de los terratenientes propietarios de ingenios azucareros.

Imposible que en estas circunstancias el nacionalismo de la oligarquía tuviera arraigo popular. Pero sí que en la izquierda había un patriotismo que demandaba en primer lugar una profunda transformación del país y denunciaba con amargura el atraso económico y cultural de nuestro país. A lo largo del siglo XIX y primer tercio del XX se crea ese sentimiento nacional unido a la necesidad de un profundo cambio. Va tomando forma el patriotismo republicano, que no reniega de España, como afirmaba y afirma la derecha, sino que desea otra España y se identifica con lo mejor de nuestro pasado.

Esa forma de patriotismo se hace realidad con la II República y se manifiesta en la reforma educativa, en las Misiones Pedagógicas, en la potenciación de la lectura, en la mejora de las condiciones laborales. El proyecto republicano es un intento de modernizar España y de nacionalizar a las masas en un patriotismo cívico que tiene como ejes la soberanía nacional, la justicia social, la dignidad y la fraternidad.

La destrucción de la República y la implantación de la dictadura franquista llevó aparejada la imposición de un nacionalismo fascista rechazado frontalmente por las masas populares. El himno y la bandera monárquica fueron los símbolos utilizados por los militares sublevados en 1936 y convertidos después, durante treinta y seis años, en los del Estado. La actual monarquía, directa heredera del fascismo, los mantiene. Nada tiene de extraño que millones de españoles rechacen una enseña y un himno asociados a un régimen criminal y defiendan los símbolos que representan la legalidad y legitimidad republicanas.

La monarquía juancarlista, expresión política de un régimen oligárquico absolutamente corrupto, intenta ocultar los salvajes recortes del gasto social apelando a los éxitos de unos deportistas profesionales que en ocasiones tienen sus domicilios fiscales fuera de España. Un nacionalismo de pandereta para distraer a los ciudadanos mientras se arrasa la sanidad y la educación públicas. En la antigua Roma se ofrecía a la plebe pan y circo gratis para mantenerla contenta, callada y sumisa. A los españoles nos quitan el pan y nos dejan sólo un pobre circo amenizado por algunos payasos vestidos de rojo.

Los republicanos denunciamos ese carnaval que pretende narcotizar al pueblo. Denunciamos a esa derecha ultramontana y analfabeta que luce banderola y evade impuestos. Menos gritar “soy español” y leer más a Cervantes y visitar a menudo  el Museo del Prado. Nosotros, republicanos españoles, decimos que España son sus mineros, su profesionales, sus universitarios, sus profesores, la suma de sus trabajadores. Para recuperar la soberanía nacional, hipotecada hoy por la tiranía de los mercados, el capital y la subordinación a la OTAN; para impedir la destrucción de los servicios públicos; para que la crisis la paguen quienes la originaron con sus maniobras especulativas, necesitamos la III REPÚBLICA.

El presente artículo expone una posición personal del autor y no la oficial de Republicanos. A pesar de esto, y dado el interés y la actualidad de las cuestiones que trata, hemos considerado publicar aquí este reciente artículo de nuestro compañero Carlos Hermida.